
En los últimos años, he notado una tendencia creciente en nuestro barrio: la cantidad de hogares que han abierto sus puertas a una mascota. Y aunque a primera vista esto podría parecer una excelente señal de empatía y amor animal, a veces me pregunto si detrás de la adopción de un perro o gato hay algo más que solo cariño genuino. ¿Será que, para algunos, tener una mascota se ha convertido en un requisito tácito para encajar en ciertos estándares sociales, proyectando una imagen de persona “amigable con los animales” o “consciente del medio ambiente”?
No me malinterpreten, soy el primero en reconocer la importancia de proteger a nuestros animales. Sin embargo, en la práctica, a menudo la realidad dista mucho de esta idealizada imagen. Aquí en Nicaragua, si bien contamos con leyes de protección animal, la aplicación y la conciencia ciudadana parecen tener un largo camino por recorrer.
El problema de las calles y aceras
Es una escena demasiado común: pasear por nuestras calles y encontrarse con excrementos de perro en las aceras, en el patio del vecino o incluso en la entrada de las casas. Y lo más preocupante es la aparente indiferencia de algunos dueños. Vemos cómo sacan a sus mascotas a “hacer sus necesidades” y, si el animal decide dejar su “regalo” en la propiedad ajena, simplemente lo dejan ahí. Sin una bolsa, sin remordimientos, sin la menor intención de recogerlo.
Esta situación no solo es desagradable a la vista y al olfato, sino que también representa un problema de salud pública. Niños que juegan en la calle, personas que salen a caminar, todos estamos expuestos a estos focos de insalubridad. La ausencia de una cultura de civismo en este aspecto es evidente. ¿Cuántos dueños de mascotas ves que salgan a la calle con una bolsita para recoger los desechos de sus animales? Prácticamente ninguno.
Un conflicto latente entre vecinos
La situación se vuelve aún más tensa cuando, como vecino afectado, intentas tomar cartas en el asunto. Si el perro del vecino entra a tu patio o a tu jardín a hacer sus necesidades y decides espantarlo o pedirle al dueño que lo retire, te arriesgas a un posible conflicto vecinal. Es una paradoja: mientras que el dueño del animal evade su responsabilidad, el afectado se ve en la posición de “culpable” por querer proteger su espacio. ¿Hasta dónde puede escalar esta situación?
Hacia una cultura de tenencia responsable
Creemos firmemente que es fundamental fomentar una cultura de tenencia responsable de mascotas. Esto va más allá de darles alimento y techo; implica un compromiso real con su bienestar y, crucialmente, con el impacto que tienen en nuestro entorno. No se trata de estar en contra de tener animales, ¡al contrario! Las mascotas son parte de nuestra familia y enriquecen nuestras vidas. Pero esa relación conlleva deberes.
Necesitamos una mayor conciencia y educación. Es vital que todos los dueños de mascotas comprendan la importancia de:
- Recoger los excrementos de sus animales en la vía pública. Existen herramientas sencillas y bolsas biodegradables que facilitan esta tarea.
- Supervisar a sus mascotas para evitar que deambulen libremente y causen molestias o daños en propiedades ajenas.
- Educar a los niños sobre el respeto hacia los animales y, al mismo tiempo, sobre la importancia de la higiene y el cuidado del espacio público.
El civismo en la tenencia de mascotas es un pilar fundamental para una convivencia armoniosa en nuestro barrio. Es hora de dejar de lado la indiferencia y empezar a construir una comunidad más limpia, más sana y más respetuosa para todos, incluyendo a nuestros queridos animales.